La aspiración por aportar a la construcción de una sociedad mejor para los hijos e hijas de migrantes y refugiados/as en Chile fue el motor de inicio y desarrollo del Colectivo Sin Fronteras. Con esa motivación, a fines del año 2002, una tríada de mujeres peruanas trabajadoras del área social convocamos a otr-s trabajador-s chilen-s a crear una organización comunitaria para trabajar con las familias migradas. Iniciamos este trabajo en un espacio cedido que se ubicaba en la comuna de Independencia, en Santiago, que se había constituido en un barrio con alta presencia de población migrada, principalmente de origen peruano.
La historia de este territorio anticipaba un simbolismo importante, pues era parte del histórico barrio de La Chimba, nombre que proviene del vocablo quechua que testimonia el paso de los inkas por estos sectores y que describe un territorio “al otro lado” del río Mapocho. Así, éramos nuevas generaciones de herencia inka las que volvíamos a ser parte y a construir este territorio.
Desde los primeros años de la década del 2000 se venía desarrollando un proceso de reunificación familiar poco visible para el mundo adulto y las instituciones. La presencia de niños y niñas muchas veces se escondía a la sombra de sus madres, mujeres en una cotidiana lucha por su bienestar. Entonces fue posible observar un conjunto de situaciones que confirmaban que, sin duda, esta era una de las poblaciones más vulneradas en sus derechos dentro de la comunidad migrante, por lo que nos centramos en ellos y ellas e iniciamos procesos de acompañamiento en la vida que iniciaban en Chile estos niños y niñas.
En abril del año 2003 iniciamos nuestro trabajo con niños y niñas del barrio La Chimba como parte de su reciente llegada y de un contexto poco acogedor con ell-s y sus familias, les encontramos viviendo con inseguridad y desconfianza, la que solo después de periodos largos de visitas para invitarles, motivarles y buscarles, pudimos allanar. Para la partida, el encuentro de los acentos migrantes fue fundamental: hablar de Perú, de los lugares de donde veníamos, de lo que extrañábamos y cómo encontrábamos Chile fueron temas recurrentes. Después, ofrecerles un espacio donde jugar, hacer nuevos amigos, amigas, ser escuchad-s y apoyad-s, fue la motivación que les hizo volver cada semana. Construimos este espacio como lugar de respeto y confianza, donde nadie se burlaría de su forma de hablar, su color de piel, su nacionalidad, un lugar de tod-s y para tod-s que les hizo mantenerse e invitar a más niños y niñas. Poco a poco empezaron a ocupar las veredas, las calles, la plaza, usaron los espacios para jugar, encontrarse y reconstruir el barrio que habían dejado atrás. Esto, al mismo tiempo que configuraban otro espacio en su nuevo hábitat, el que cobraba vida en múltiples acentos y colores.
En estos encuentros empezamos a conocer más sobre sus vidas, sus familias, de las dificultades que tenían en sus países de origen y de las que tenían en Chile.
Escuchamos sus relatos, los que daban cuenta de que el racismo y la discriminación cultural eran solo una más de las grandes dificultades con las que tenían que lidiar. Así, las múltiples barreras que inundaban su cotidianidad debido a las restricciones en el ejercicio de sus derechos a educación, salud, vivienda, protección, entre otros, interpelaron nuestras capacidades y posibilidades,movilizándonos hacia un ámbito de intervención política que se requería −y que aún se requiere− de manera urgente. Entonces, además de acompañar, de abrir espacios para rearmar vínculos, identidades y sentidos, nos sentimos en la obligación de intervenir en la sociedad chilena y en sus instituciones, para visibilizar, sensibilizar, denunciar las vulneraciones de derechos. Del mismo modo, impulsar la generación de cambios que permitiera homologar los derechos y mejorar las condiciones de vida de estos niños y niñas que venían a crecer y desarrollarse en Chile.
Desde entonces tenemos como misión de trabajo promover la interculturalidad y los derechos de niños y niñas que son parte de las comunidades migrantes y de sus familias. Para ello, generamos y desarrollamos procesos en diversos ámbitos de intervención con diversos actores y actoras sociales, instituciones públicas y de la sociedad civil, los que se materializan en procesos de acompañamiento y apoyo psicosocial, estrategias de trabajo directo a nivel socio-educativo, cultural, de fortalecimiento de la actoría social, además de orientaciones en formación en derechos de niños, niñas y de sus familias. En esta misma línea, sostenemos intervenciones de construcción de convivencia intercultural en territorios de la región Metropolitana, a la vez que aprovechamos cualquier instancia para estimular procesos de sensibilización y formación para la implementación de una perspectiva intercultural y de derechos en instituciones educativas y servicios de salud pública. Paralelamente, sobre la base de las historias de vida y de derechos de las comunidades que acompañamos, desarrollamos una estrategia de exigibilidad e incidencia para favorecer normativas y políticas públicas que resguarden los derechos de este grupo de niños y niñas y de sus familias. Los niños y niñas han sido impulsores del trabajo que ha mantenido Colectivo Sin Fronteras. En este camino hemos tejido complicidades con cada vez más madres y padres de distintas nacionalidades, y también hemos encontrado aliados fundamentales: Fundación Anide – Kindernothillfe y un gran grupo de compañer-s de trabajo, voluntari-s, practicantes y pasantes. Entre tod-s se ha sostenido este proyecto que persevera en construir y re construir, permanentemente, comunidades con derechos sin fronteras, especialmente para los niños, niñas y Adolescentes.
La Corporación de Investigación y Desarrollo de la Sociedad y las Migraciones “Colectivo Sin Fronteras”, trabaja desde el año 2003, por la interculturalidad y para que se garantice el ejercicio de derechos de la niñez, la adolescencia y las familias en situación de movilidad humana.
En contextos pluriculturales, acompañamos a niños, niñas y adolescentes, en particular a quienes están en situación de movilidad humana, para brindar soporte a los cambios que les toca enfrentar en su incorporación a la sociedad chilena, fortaleciendo su desarrollo integral, apoyando sus necesidades emocionales, sus procesos educativos y su participación protagónica.
Con las familias, apoyamos sus procesos de crianza respetuosa, el ejercicio de sus derechos migratorios y sociales, su organización y participación comunitaria. Construimos y fortalecemos vínculos como comunidades sin fronteras.
En alianza con otras organizaciones impulsamos una sociedad sin racismo y desarrollamos acciones de incidencia en legislación y políticas públicas para que resguarden los derechos de las personas en situación de movilidad.